domingo, 14 de octubre de 2007

Los ojos de Mario

Mario estaba decidido. Se iba a arrancar los ojos. Y no, no era un ataque de ira, de furia, de locura, ni tampoco un empacho de libros sobre mitología griega. Era una determinación reflexionada. Y es que cada vez que abría los ojos se topaba con una realidad que le superaba. Siempre había creído en eso de "ojos que no ven, corazón que no siente", y pensaba llevarlo a cabo, hasta las últimas consecuencias. Lo hubiese hecho muchas veces ya, como cuando aquella mirada ingenua de niño vio el puño de su padre aterrizar directamente sobre la cara de su madre (y se juró que nunca más). O como cuando aquella tarde de domingo llegó pronto a casa y tuvo que ver la expresión de felicidad y placer que se dibujaba en el rostro de su mujer, mientras su mejor amigo se la follaba. No la había visto antes así (y se juró que nunca más). Las disputas de sus dos hermanos por la herencia familiar, o el descuido de su hija cuando creía que no había nadie en casa, registrando sus cosas y cogiendo un par de billetes de 50 (y se juró que nunca más). Ese gesto de desprecio de su compañero de trabajo que consiguió cazar al vuelo cuando volvía a su despacho a recoger el teléfono móvil que había dejado olvidado, después de haber sido el único en apoyarle en la reunión (y se juró que nunca más).

Sus ojos habían visto demasiado, mucho más de lo que podían soportar. A veces sentía que le quemaban, que por más que frotase y frotase, seguían ardiendo, condenados a vivir entre llamas. Habían perdido la inocencia y la bondad, ahora siempre miraban como escudriñando, de reojo. Ya no había pureza, sólo rencoer, y odio. Estaban malditos, y no soportaba el reflejo que le devolvía el espejo, parecía que incluso habían cambiado de color. Una última ojeada, un último y rápido vistazo, y sale de casa como alma que lleva el diablo.

Condujo sin parar durante horas (no más semáforos en rojo, ni peatones queriendo cruzar). Primero sin rumbo, dando vueltas sin ton ni son. Hasta que cogió la carretera dirección a la playa. Era sábado por la noche (no más borrachos echando el alma por la boca, no más parejas vomitando amor hasta dejarlo todo perdido), una noche cálida que invitaba a salir, así que el paseo estaba inundado, apestado (no más discos pirateados, ni bolsos a precio de ganga, ni chinos con rosas, como canta aquél). Descalzo, con los zapatos en una mano y su destino en la otra, la arena fue confundiéndose con sus pies. Y cayó, como cae uno rendido después de haber echado el polvo de su vida. Cayó, y tuvo la sensación de caer al vacío, en un viaje interminable. Cayó, y fue como si el peso de todas las historias que había vivido se desplomase sobre él. Y se dejó arrastrar por el sonido de las olas asomándose a la orilla. Y miró al cielo por última vez, levantando el dedo corazón de su mano derecha. Y señalando a la estrella más brillante, gritó ¡Que te jodan!". Y respiró, repiró hondo y profundo, hasta que sintió que sus pulmones se le iban a salir del pecho. Pensó en su mujer y su mejor amigo, y en su hija; pensó en sus hermanos y en su compañero de trabajo; pensó en su padre. Agarró el cuchillo con tanta fuerza que su mano empezó a sangrar. Desde el pecho, y subiendo por el cuello. Cuando llegó a la altura de los ojos se detuvo. Tomó aliento, y...

-Hace una noche preciosa, ¿no crees?

Y ese murmullo fue como una bofetada que lo trajo de vuelta a la realidad. Tardó años en girar la cabeza, en un movimiento torpe e impreciso. Era como si se hubiese detenido el tiempo, y su cuerpo viviese a cámara lenta. El viento le golpeó en la cara, parpadeó un par de veces y enmudeció. Era el rostro más bello que jamás había visto. Desde el otro lado de su realidad, había un ángel observándolo. Una sonrisa dulce, sincera. Una mirada limpia, cristalina. Una nariz chiquitita, unas cejas perfectamente definidas. Una melena larga, que llegaba hasta el infinito.

-¿No crees?, volvió a repetir.

Y en ese preciso instante comprendió que todavía le quedaban demasiadas cosas bellas por ver, y que no iba a permitir que su mirada se perdiese en lo horrible y feo de este mundo. Y se juró que nunca más.

No hay comentarios: