sábado, 26 de julio de 2008

Cursilerías aparte...

Porque cualquier excusa me sirve para pensar en ti, y perderme de nuevo en los momentos felices que compartimos, y mortificarme de nuevo con los malos ratos que no supimos esquivar. Porque cualquier hora del día es buena para que te pasees, impune, por mis recuerdos; cuando estreno un día, con el sabor amargo aún en la boca, porque recreo cada mañana que desperté contigo. Cuando cae la noche, y arrecia el frío, porque evoco cada momento que me abracé a ti, y me dormí a tu lado. En mitad de una película de final predecible, o del paseo por donde solíamos caminar. Y es que te ato a mí con tanta fuerza que duele, hasta que en un descuido consigas escaparte, y entonces ya no habrá cuerda que amarre aquello que debí haber soltado hace mucho tiempo ya.
12/12/07

sábado, 19 de julio de 2008

Historia cualquiera de una mujer cualquiera en un día cualquiera

Lo primero que hace cuando entra por la puerta es encender las luces de toda la casa. Pone la radio, o la televisión, siempre a un volumen moderado, y se tira en el sofá. Cierra los ojos, respira profundo un par de veces y se levanta de un salto. Deja encima de la mesa del comedor todo lo que lleva encima, llaves, bolso, chaqueta, correspondencia, y sale a la terraza. Se queda en la misma posición durante cinco minutos, después se dirige al baño y abre el grifo del agua caliente. Se desnuda lentamente mientras se observa en el espejo, notando que sus pechos están ligeramente caídos y que le sobran tres o cuatro kilos. Se mete en la bañera, llena hasta los bordes, y se sumerge por completo, aguantando la respiración. Abre los ojos bajo el agua mientras diminutas burbujas van asomando a través de su nariz. No piensa en nada, su mente se ha convertido en una habitación oscura, vacía, sin aire. Inundada su capacidad de reacción, abre la boca y su alma sale volando. Y la mira, y la contempla, callada y tranquila. Y huye por la ventana abierta del cuarto de baño, dejándola así, indefensa y desprotegida, mojada y serena.

domingo, 13 de julio de 2008

13/07/08

Motas de polvo adornan el salón, cajas vacías y cientos de hojas de papel esparcidas por el suelo. Un piano afónico tocando una traviata, y la foto de familia colgada en la pared. Partituras incompletas vuelan por la habitación, y dejan en el aire ese sabor dulce de los besos robados, ese sabor amargo del chocolate sin leche. Huellas de pisadas recientes, dispuestas con cuentagotas, en un reguero que llega hasta el jardín, donde se pierde el rastro entre matojos de hierbas que hace meses que no se cortan, y barro que se queda enganchado en las suelas. Y me siento en mitad del caos, con las piernas cruzadas, y las manos pegadas el suelo, inclinando la cabeza hacía atrás para ve mi reflejo en la lámpara de cristal que cuelga del techo. Y así me quedo durante horas, con las piernas adormecidas y el cuello dolorido, creyéndome la persona más afortunada del mundo y sabiendo que fortuna nunca se escribirá en mayúsculas.