martes, 27 de noviembre de 2007

Suciedad anónima

Toneladas de bolsas de basura que se acumulan por las calles más gastadas de esta ciudad oscura. Suciedad anónima, que apesta cada rincón, que no deja respirar. Olores sin dueño esparcidos por ramblas y avenidas. Y frunce el ceño, y se tapa la nariz, buscando entre montañas de desechos aquella foto en blanco y negro, con fecha y dedicatoria: "Si el pulso del mundo deja de latir, quiero que me recuerdes así: sonriente y a tu lado. 4 de septiembre de 2004".

lunes, 19 de noviembre de 2007

Callo otra vez

Y no hay porqué ensuciar con mis palabras la luz que irradia tu silencio.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Shhhhhh...

Vale más mi silencio que mis palabras; hay mucho más de mí en lo que callo que en lo que digo. Porque las palabras se las lleva el viento, van de boca en boca, y pierden su valor. Se deforman y se marchitan. Se transforman y mutan; cambian de apariencia, y te confunden. Te dicen lo que quieres escuchar, juegan contigo. El silencio en cambio es puro, y limpio. Es honesto y sincero; es transparente. Dice mucho más, porque no se deja llevar por hipocresías ni falsedades. No es políticamente correcto; es directo, conciso.

Las palabras pueden herir, pero el silencio hace mucho más daño, porque te da donde más duele. Las palabras te pueden abrigar en las noches de frío, te pueden dar calor, y arroparte, incluso te pueden consolar, pero el silencio te acompaña siempre, allá donde vayas, impertérrito. No flaquea ante nada, ante nadie.

El silencio tiene mucho más poder que las palabras, contiene los sentimientos más brutales, y los más puros. Silencio como símbolo de indiferencia (o de apoyo), de ira (o de paz), de ofuscación (o de inspiración). El silencio se ve, se huele, se palpa. El silencio se escucha. Una vez alguien me dijo que me iba a enseñar a escuchar el silencio, en mitad de un multitud, o del ajetreo de una ciudad en hora punta; en lo alto de una montaña, o frente al mar.

Hay silencios incómodos, como cuando en mitad de una conversación te quedas sin saber qué decir. Hay silencios cómplices, cuando sobran las palabras. Hay silencios que desesperan, cuando aguardas sentado junto al teléfono, esperando esa llamada que nunca llega. Hay silencios involuntarios, cuando todo aquello que desearías decir se queda atorado en la garganta, cuando las palabras se esconden y te ahogan, cuando mueren antes de nacer. Hay silencios que matan, que se clavan en lo más profundo de uno, que te impiden respirar. Hay silencios capaces de salvar cualquier obstáculo, que llegan a ti, no importa la distancia o el tiempo.

Voy a crear una imagen que hable por sí sola, una imagen de silencio. Ese silencio a través del cual nos comunicamos tú y yo. Ese silencio que es un arma de doble filo. Voy a dejar que nos envuelva, que cubra todo lo que queda de nosotros, y que se lleve las palabras, lejos, bien lejos. Que barra todo lo que encuentre a su paso, y que no deje ni una gota de ese sonido que tanto me aturde. Mis labios están sellados, sellados por el silencio. Shhhhhh... no digas nada, no hables, sólo escucha el silencio.

domingo, 11 de noviembre de 2007

De tanto en tanto

De tanto escribir se me va a secar la tinta, de tanto llorar se me van a secar los ojos.
De tanto soñar se me van a secar las noches, de tanto intentar se me van a secar las ganas.

Qué tiempos aquellos...!

De cuando era una niña ingenua e inocente y escribía cartas de amor a desconocidos, siempre a mano, despedida con mucho cariño. De cuando todo estaba aún por estrenar, y abría los paquetes con la ilusión de un niño la mañana de Reyes. De cuando me desgarraba las cuerdas vocales cantando canciones imposibles, fingiendo que sabía lo que hacía, que lo hacía bien. De cuando me maquillaba a escondidas y me ponía los zapatos de tacón de mamá, pasillo arriba, pasillo abajo. De cuando a las cosas se las llamaba por su nombre, y el pop era pop, y el rock era rock. De cuando en verano hacía calor, y frío en invierno, y los sábados por la mañana se cambiaban las sábanas. De cuando nos pasábamos las horas jugando en el calle, cansados de correr, de saltar, de gritar, y cenábamos pan con tomate viendo La Doctora Quinn. De cuando el cielo siempre era azul, y el sol siempre brillaba, aunque lloviese a cántaros; y bajábamos al portal con nuestros barquitos de papel, que naufragaban a los cinco segundos de haber partido. De cuando saltábamos en cada charco que se cruzaba en nuestro camino, y el agua nos llegaba a la cintura buscando caracoles que luego nadie quería comer. De cuando no había más etiquetas que las que enganchábamos en los libros de texto con nuestros nombres, mes de septiembre con los colores viejos de año pasado, y aquel papel de forro transparente que se te quedaba pegado en los dedos. Y concursos de literatura en el cole que siempre ganaban los mismos. Y manualidades expuestas en el gimnasio convertido en una gelería de arte contemporáneo. Y mil dobladillos en cada pantalón, de año en año, de hermano en hermano. De cuando la realidad era tan simple que sobraban interpretaciones.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Entre mis cuatro esquinas

Veo un caballito de mar trotando por los senderos inhóspitos de la pared de mi habitación, y cuatro soles alumbrándome desde la esquina más oscura, mientras en línea recta una amapola me saluda a la vez que escupe un trozo de alga que se le quedó pegada entre los dientes. Y se pasea por mi brazo una hormiga con sabor a caracol, y me hace cosquillas en las raíces de mi pelo, a la vez que le guiño un ojo al duendecillo verde que me pinta las uñas de los pies de color de rosa. Y oigo cacarear a una ballena que pide auxilio, que se ha quedado atrapada entre las veinte patas de mi cama. Y en fila india, desde el flexo de la mesita de noche hasta la estantería que le da la mano a la estrella más fugaz, una tuna bailando la conga y haciendo malabares con los flecos de la colcha. Y la bailarina de la cajita de música se pone las puntas, se arregla el moño, se atusa el tutú, y espera ansiosa los primeros acordes de violín que toca el payaso descolorido de la esquina opuesta. Y sube el telón con visillos haciendo un ruido tal que despierta al pequeño martín pescador que descansa debajo de la seta roja, a la que le cayó una tromba de tinta negra cuando el calamar comenzó a llorar porque la tuna no le dejaba desfilar.

Y mientras yo me enfundo en mis zapatillas con forma de oso polar, el duendecillo verde se pone en jarras por haber echado por tierra su trabajo. El payaso le mete la lengua hasta el esófago a la bailarina despeinada mientras le arranca el tutú a violinazos. En un descuido, el caballito de mar deja preñada a la amapola, que se refugia en los tentáculos del calamar. La ballena muere desangrada de pena mientras la tuna, con la hormiga como maestra de ceremonias, entona un sentido "Adiós con el corazón". Los cuatros soles se echan por encima la colcha con flecos e invitan a cenar al martín pescador unas algas aliñadas con tinta negra bajo la sombra de una seta que mira a izquierda y derecha.

Me levanto, me dirijo al baño, meo, me lavos las manos y el alma.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Y el ganador es...

Canciones atadas con cuerdas aterciopeladas, que acarician los rincones de tu emocional inestabilidad. Baladas cantadas con voz desgarrada, que impactan contra el muro de tu inquebrantable fragilidad. Sonetos inquietos. Cantatas y sonatas. Violines saltarines, danzando bajo el suelo de un mundo sin consuelo. Y risas, y llantos, y prisas, y encantos. Voces dando coces, que se aplastan entre ellas y presumen cual doncellas. Silencios interruptos por tus gritos y exabruptos. Y rimas sin estrofa, trofeo del perdedor.