miércoles, 14 de enero de 2009

El pan nuestro de cada día

Corren tiempos donde todo el mundo escribe, pero pocos son los escritores. Donde todo el mundo canta, pero faltan cantantes. Donde todo el mundo baila, pero los bailarines se cuentan con los dedos de una mano. Todo el mundo toca (y se deja tocar), todo el mundo enseña, pero muy pocos aprenden. Tanto aparentas, tanto vales. Y mírame, mira lo bien que lo hago, y dame puntos, halágame que no pienso sonrojarme. Cómprame un espejo donde poder ver mi reflejo, no importa que imite modelos, que yo no quiero romper moldes. Y bájame el sol y la luna, mientras yo pierdo mi tiempo mientras gana mi autoestima. Y saca a bailar a mi ego, y tómale de la mano, y perdónale si te da un pisotón, o si se despista en un giro y acaba bailando con el de al lado. Y constrúyele un altar hecho a su medida, y un castillo con muchas habitaciones, y camas con colchones mullidos donde poder descansar, y pasillos largos y estrechos donde poder perderse. Y mímalo, sobre todo, mímalo mucho, dale calor en invierno, y un helado de tres sabores en verano. Y finge que te importa, pero sin que se dé cuenta. Y vístelo de seda, de lino blanco, de tul azul. Y no dejes que muera, aliméntalo con los mejores manjares, vino dulce de uvas, besos con salsa picante. Y resucítalo cada mañana, que la noche lo confunde. Lisonjas y limosnas, amor propio y ajeno. Y cientos de horas invertidas en parecer lo que quieres ser, y acabar siendo algo parecido a nada.