lunes, 29 de octubre de 2007

Buenas noches

Dibuja elipses en el aire con su barita mágica invisible, y le sirve té invisible a su amiga invisible, y tararea su canción favorita para no escuchar el portazo que da su padre al entrar en casa. Vestida con el camisón blanco con lacitos rosas que le regalaron en su último cumpleaños, sube a la azotea a contemplar las estrellas mientras el eco de los gritos y los insultos le llega de lejos. Y se pinta una sonrisa desdibujada en los labios con el maquillaje que le quitó a su madre, haciendo equilibrios en el borde del tejado, con los brazos estirados y los pies descalzos. Y por cada estrella que brilla en ese cielo negro pide un deseo, y después sopla, sopla con todas sus fuerzas.

Y gritos, y llantos, y sirenas de policías y ambulancias, y una silueta pintada con tiza blanca en el suelo.

sábado, 27 de octubre de 2007

Y dices...

Dices que te sientes solo, que estás cansado de ir de flor en flor, que los Casanova ya no están de moda. Dices que la vida te hastía, que necesitas emoción en tu vida, un cambio, un giro de 180º. Que el amor te desgarra el alma, y sales cada noche en busca de un sucedáneo, alguien disfrazado de pasión, de cariño, que sacie tu sed, aunque sólo sea por unas horas. Te pierdes en el juego del amor, creyendo que conoces sus reglas, y en cada encuentro inventas una nueva norma. Y tu ego crece con cada aventura. Y cada noche un simulacro, una escena de eso que llamas amor, mil veces repetida. Y cada noche una marca en tu piel, que se borra a la noche siguiente. Un millón de cuerpos que se confunden con uno solo. Crees que eres un vampiro en busca de sangre fresca, y no te das cuenta que aquí la víctima eres tú.

Prometes fidelidad a un cuerpo que ni siquiera te pertenece, te enredas, y trepas, intentando llegar a lo más alto, y no te das cuenta que no avanzas, que la meta queda aún muy lejos, y tú todavía no has empezado la carrera. Te enfundas en tu traje de superhéroe, creyendo salvar vidas, y ni tan siquiera eres capaz de salvar la tuya propia.

Una escena mil veces repetida; cada noche un rostro distinto, y una sonrisa distinta, y un cuerpo distinto. Cada noche una sabor distino, de unos besos distintos, de unos labios distintos. Cada noche sube el telón de un teatro distinto, de una obra distinta, pero con un final idéntico. Un mismo protagonista, con un mismo guión. Y cada noche retomas el camino, de vuelta a casa, creyendo que algo ha cambiado, y sintiéndote exactamente igual. Igual que ayer, y que hoy, y que mañana. Embriagado por un perfume que ni siquiera reconoces, porque cambia cada noche. Pero el amor no tiene rostro, ni manos, ni cuerpo. El amor no tiene nombre, ni aroma, ni silueta. El amor no se encuentra en una noche, ni en toda una vida. El amor no se puede tocar, ni oler, ni sentir.

Dices que buscas un ángel blanco, que sane tus heridas, que te devuelva la paz y la armonía que perdiste (o que tal vez nunca tuviste). Que camine de tu mano, y que se ría contigo. Que te muestre las maravillas del mundo, y que te enseñe a sonreír. Que tenga un alma pura y limpia, y que sepa emocionarte con sus versos. Que dé pasos firmes, sin titubear, sin vacilar. Que te cuente sus secretos, y que no tenga miedo a nada. Que cante junto a ti, y que cuente junto a ti. Que te mire a los ojos, y perderte en su mirada.

Buscas, persigues, anhelas, deseas... y cada noche el mismo ritual. El protagonista vuelve a salir a escena, con un mismo guión, y un mismo final. Una misma dirección, con un mismo destino. Y un millón de cuerpos que se confunden con uno solo. Y un millón de besos, y de caricias. Un millón de rostros sin nombre, y un millón de aromas. Un millón de manos que tocan sin tocar, un millón de corazones que sienten sin sentir. Y tú en medio, perdido entre ese millón de almas que se pierden en cada noche para volverse a encontrar.

Y dices...

domingo, 21 de octubre de 2007

Sin pausa pero sin rima

Desvaríos varios, incluídos o excluídos. Reclutados en la cárcel de mis recuerdos, condenados de por vida a una muerte lenta y segura. Ingeniando genialidades entre barrotes de tequila y sal, tragándome de un golpe los momentos (in) felices. Sombras imperfectas, perfectamente definidas, insultando sutilezas al borracho de la esquina. Conclusiones extraídas de una noche de locura, cordura insegura que avanza sin premura. Cuando me da por rimar resulto patética. Y hermética me vuelvo, y en papel de celofán me envuelvo, y para que no me oigas respirar, cojo mi aliento y lo disuelvo.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Ella es así

-Mira allí, al horizonte, en línea recta, un mar de aguas cristalinas al alcance de tu mano. Respira, llena tus pulmones de este aire limpio, puro.

Pero ella seguía inmersa en sus pensamientos, con su mirada perdida en mitad de ninguna parte, con su perfil anguloso, de líneas perfectas, que desembocaba en su mar de aguas turbias, la perdición de mis deseos. Me encantaba contemplarla así, cuando ella creía que no la estaba mirando, cuando yo me hacía el despistado, disimulando, escondiéndome detrás de alguna parrafada sin sentido. Y me perdía en su silueta, dibujando en mi mente cada línea, cada curva, cada perfil, cada sombra. Todo en ella era armonía, simetría, perfección. Ese lunar que parecía bailar justo encima de la comisura de sus labios, que parecía mutar, transformarse, cambiar de lugar, mientras permanecía estratégicamente colocado en el mismo rincón de siempre. Solía llevar el pelo recogido, pero siempre se le escapaba algún mechón; me hipnotizaba de forma instantánea su manera de intentar colocarlo en su sitio, cómo sus dedos se confundían con su cabellera, y entonces mi mirada se volvía a perder en sus uñas perfectamente recortadas; todo era limpio y preciso en ella, no sobraba nada, ni faltaba nada. Y cuando pronunciaba mi nombre, se deshacían mis sentidos, mi cuerpo se diluía en su mar de aguas turbias, petrificado y sin voluntad. Pero ese efecto duraba un instante, escasos segundos. Después... todo volvía a la realidad.

domingo, 14 de octubre de 2007

Los ojos de Mario

Mario estaba decidido. Se iba a arrancar los ojos. Y no, no era un ataque de ira, de furia, de locura, ni tampoco un empacho de libros sobre mitología griega. Era una determinación reflexionada. Y es que cada vez que abría los ojos se topaba con una realidad que le superaba. Siempre había creído en eso de "ojos que no ven, corazón que no siente", y pensaba llevarlo a cabo, hasta las últimas consecuencias. Lo hubiese hecho muchas veces ya, como cuando aquella mirada ingenua de niño vio el puño de su padre aterrizar directamente sobre la cara de su madre (y se juró que nunca más). O como cuando aquella tarde de domingo llegó pronto a casa y tuvo que ver la expresión de felicidad y placer que se dibujaba en el rostro de su mujer, mientras su mejor amigo se la follaba. No la había visto antes así (y se juró que nunca más). Las disputas de sus dos hermanos por la herencia familiar, o el descuido de su hija cuando creía que no había nadie en casa, registrando sus cosas y cogiendo un par de billetes de 50 (y se juró que nunca más). Ese gesto de desprecio de su compañero de trabajo que consiguió cazar al vuelo cuando volvía a su despacho a recoger el teléfono móvil que había dejado olvidado, después de haber sido el único en apoyarle en la reunión (y se juró que nunca más).

Sus ojos habían visto demasiado, mucho más de lo que podían soportar. A veces sentía que le quemaban, que por más que frotase y frotase, seguían ardiendo, condenados a vivir entre llamas. Habían perdido la inocencia y la bondad, ahora siempre miraban como escudriñando, de reojo. Ya no había pureza, sólo rencoer, y odio. Estaban malditos, y no soportaba el reflejo que le devolvía el espejo, parecía que incluso habían cambiado de color. Una última ojeada, un último y rápido vistazo, y sale de casa como alma que lleva el diablo.

Condujo sin parar durante horas (no más semáforos en rojo, ni peatones queriendo cruzar). Primero sin rumbo, dando vueltas sin ton ni son. Hasta que cogió la carretera dirección a la playa. Era sábado por la noche (no más borrachos echando el alma por la boca, no más parejas vomitando amor hasta dejarlo todo perdido), una noche cálida que invitaba a salir, así que el paseo estaba inundado, apestado (no más discos pirateados, ni bolsos a precio de ganga, ni chinos con rosas, como canta aquél). Descalzo, con los zapatos en una mano y su destino en la otra, la arena fue confundiéndose con sus pies. Y cayó, como cae uno rendido después de haber echado el polvo de su vida. Cayó, y tuvo la sensación de caer al vacío, en un viaje interminable. Cayó, y fue como si el peso de todas las historias que había vivido se desplomase sobre él. Y se dejó arrastrar por el sonido de las olas asomándose a la orilla. Y miró al cielo por última vez, levantando el dedo corazón de su mano derecha. Y señalando a la estrella más brillante, gritó ¡Que te jodan!". Y respiró, repiró hondo y profundo, hasta que sintió que sus pulmones se le iban a salir del pecho. Pensó en su mujer y su mejor amigo, y en su hija; pensó en sus hermanos y en su compañero de trabajo; pensó en su padre. Agarró el cuchillo con tanta fuerza que su mano empezó a sangrar. Desde el pecho, y subiendo por el cuello. Cuando llegó a la altura de los ojos se detuvo. Tomó aliento, y...

-Hace una noche preciosa, ¿no crees?

Y ese murmullo fue como una bofetada que lo trajo de vuelta a la realidad. Tardó años en girar la cabeza, en un movimiento torpe e impreciso. Era como si se hubiese detenido el tiempo, y su cuerpo viviese a cámara lenta. El viento le golpeó en la cara, parpadeó un par de veces y enmudeció. Era el rostro más bello que jamás había visto. Desde el otro lado de su realidad, había un ángel observándolo. Una sonrisa dulce, sincera. Una mirada limpia, cristalina. Una nariz chiquitita, unas cejas perfectamente definidas. Una melena larga, que llegaba hasta el infinito.

-¿No crees?, volvió a repetir.

Y en ese preciso instante comprendió que todavía le quedaban demasiadas cosas bellas por ver, y que no iba a permitir que su mirada se perdiese en lo horrible y feo de este mundo. Y se juró que nunca más.

sábado, 13 de octubre de 2007

Electrical mornings

Mañanas eléctricas. Chispazos, descargas. Corrientes alternas y notas desentonadas. Melodías absurdas que concuerdan con las arrugas de tu cara, con las legañas de tus ojos. Ignorancias atrevidas que se cuelan en la parte más limpia de tu ser. Y noches compuestas para acordeón y piano.

miércoles, 10 de octubre de 2007

De mí y mis odios

Odio esta sensación de no poder respirar, de mirar a todas partes y no ver nada. De mentir con cada palabra que pronuncio, con cada frase que escribo. Odio tener que ir a remolque de la maldita perfección, aunque sé que no existe. Odio mis pañuelos llenos de mocos, y no poder pasar la noche fuera de casa. Odio ese mechón de pelo que hace que tu peinado resulte ridículo (aunque nadie más que tú lo note). Odio no poder gritar a las 12:30 de la noche para no despertar a los vecinos, para que nadie piense que estoy loca. Odio el color rosa, sobretodo cuando lo lleva alguien que le sienta genial. Odio los bolígrafos BIC porque escriben con un azul demasiado oscuro. Odio los paréntesis, y los puntos suspensivos, y no sé escribir si no los utilizo. Odio tener que leer tres veces el mismo párrafo, porque mi concentración murió en aquel accidente. Odio quedarme sin pilas en el mp3 en mitad de mi canción favorita. Odio el olor de mi aliento de buena mañana, y que me dirijan la palabra antes de haber desayunado, antes de haber cagado. Odio quedarme callada cada vez que necesito hablar, y tener que hablar cuando lo único que quiero es callar. Odio las noches en las que no puedo dormir, y las mañanas en que me cuesta despertarme. (Odio que te cueles siempre en mis pensamientos, y por eso te pongo entre paréntesis). Odio que no haya mi talla de aquel pantalón que tanto me gusta. Odio quedarme sin cera cuando sólo me he depilado una pierna. Odio tener que ser tan esdrújulamente extraña. Odio mis tetas y mi culo caído, mi celulitis y mis estrías. Odio mi boca, mis piernas, mi frente y mi cabeza. Odio los pellejos de mis dedos, y no poder parar de arrancármelos hasta hacerme sangre. Odio que siempre me acaben gustando las canciones que más odio. Odio tener tan mala memoria para lo que no me importa y tan buena para lo que debería olvidar. Odio tener que soportarme, a mí y a todo mi odio.

Silencios, palabras y más silencios

Mi alma te habla con esas palabras que mi boca es incapaz de pronunciar, y mi mirada se cuela entre tus versos. Mi piel se confunde con esa parte de ti que sólo yo conozco, y toca lo que nadie se atreve. No hay definición posible para un sentimiento que nace de la nada. Intentando describir lo que todavía no ha sido creado, me vuelvo a equivocar, porque en un mundo hecho de palabras sin sentido, mi voz se pierde en la inmensidad de lo nunca dicho. Miles de frases inconexas que vuelan libres en busca de un punto de referencia, miles de suspiros en mitad de la noche, anhelando encontrar ese aliente que calme mi sed. Dos y el infinito, uno y uno.

Mis silencios se enredan entre la estela que dejan tus palabras, y mis palabras naufragan en el oasis de tu silencio. Tiré las llaves que abrían las puertas de mi corazón, pero quedó una pequeña rendija, un espacio chiquitín que fue albergando cada pedacito de ti. Y tu alma se fue colando, gota a gota, inconsciente e insensata, llenando cada espacio, cada hueco. La brisa del mar me trae de nuevo las notas de aqella melodía, dispersa aunque constante, que baña todo mi ser en un compás inacabado, inconcluso. Y mi silueta se confunde en la oscuridad, temiendo aparecer y a la vez hacerme invisible, cuando el eco de tu voz me recuerda que la vida es un segundo, y mi segundo se perdió en mitad de tus palabras y de mi silencio...

martes, 9 de octubre de 2007

¿Que me dices que qué?

Desahogo mis impulsos sobre unas líneas de nostalgia y añoranza. Me defiendo del fantasma del futuro, balanceándome entre el perfume de pasado que queda impregnado en el aire. Te encuentro en cada rincón, sin buscarte, trayendo contigo aquello que perdí incluso antes de haberlo tenido. Y te miro sin mirarte, intentando imaginar que esas dos lunas llenas me contemplan a mí, de nuevo, con la certeza de saber que ahora se pasean entre otras nubes, se codean con otras estrellas.

La fatalidad del momento inoportuno se coló por mi ventana, y ahora no hay más que recuerdos por revivir, y vivencias por recordar. Volver a rodearte con unos brazos invisibles, y volver a regalarte esa rosa marchita, sin fragancia, sin aroma. Recoger los pétalos que quedaron esparcidos en el aire, inertes. Guardar este manto de sensaciones que cubre todo mi ser, y se apodera de mis noches, en una cajita de cristal, para que puedas contemplarlo sin herirte, para no dejarlo escapar y que vuele libre. Y que mis lágrimas calmen tu sed, y mi calor te proteja desde la distancia. Y tomarte de la mano sin tocarte, y acariciarte sin sentirte. Y dejar el tiempo pasar para que tu alma y mi alma se reconcilien al compás de una canción sin letra, sin música. Y anclarme en el futuro, y predecir el pasado, contradiciendo cada palabra que quedó por decir. Y mentirte con la verdad más absoluta, y olvidarte en cada recuerdo, y besarte sin labios, y quererte sin corazón. Y morir en cada amanecer para resucitar a tu lado. Echar por tierra los castillos de arena que construimos, mano a mano, castillos en el aire, sin cimientos, sin raíces. Ponerme una venda en los ojos, y una mordaza en la boca, para no gritarle al viento que te echo de menos, morderme la lengua hasta sangrar, y entregarte cada gota, hasta quedarme seca por dentro.

Silencia mis versos inconclusos, asfixia mi voz en medio del caos, ahoga mis cuerdas vocales, anuda mi garganta, que mis palabras se atasquen antes de emprender el vuelo, que esta melodía hecha de pedacitos de ti se pierda para siempre, para volverse a encontrar.

lunes, 8 de octubre de 2007

Veintitrés

Veintitrés rosas
Una por cada una de éstas veintitrés primaveras
Que hoy estrenas
Veintitrés pétalos en cada rosa
Que se deshoja al compás
De los veintitrés pasos que das

Veintitrés velas en tu tarta de cumpleaños
Que verá cómo pasan los años
Y veintitrés deseos que se cumplen al soplar
Que despliegan sus alas y echan a volar

Veintitrés intentos, con sus idas y venidas
Un amante suicida
Y un sueño por inventar

Veintitrés espejos que te devuelven tu mirada
Un alma limpia y clara
Pureza y bondad
Ingenio a raudales y romanticismo
Más allá de la eternidad

Veintitrés océanos de un azul cristalino
Sin origen ni destino
Pero valiente como el que más

sábado, 6 de octubre de 2007

Como dos gotas de agua

Miles de ideas esparcidas en el aire, y ninguna llega a materializarse. Parece que no sé escribir si no pienso en ti, porque todo lo amable de esta vida me impide crear un simpe verso, insulso, vacío. Como si tu recuerdo me inspirase, ¿qué paradoja, no? Y aún así me atasco en cada frase, casi en cada palabra, será que incluso cada vez me parezco más a ti. No hay nada de raro (ni de malo) en ello. Tampoco se trata de una casualidad, ni son cosas del destino. Siempre me decías que intentase alargar los pequeños fragmentos de mala prosa que surgían cuando intentaba imitarte, copiarte (sin éxito, por supuesto) Y yo siempre contestaba lo mismo "es que no me sale más". Cuatro líneas falsamente originales, la reina del plagio, un cantautor sin voz ni guitarra. Nada aparecía de la nada, porque si no estás tú, soy como un actor sin guión, como un humorista sin chiste. Soy un escritor sin musa, un periódico sin noticias nuevas. Y si te traigo a mí, vuela mi imaginación. Como dos gotas de agua totalmente distintas.

viernes, 5 de octubre de 2007

Una semana de ser o no ser

Empieza la cuenta atrás. Atrás desde siete. Siete días, con sus veinticuatro horas. Siete días de espera para lo inesperado. Hay mucho en juego, y en esta partida no me la juego, tengo demasiado que perder. Aunque todo esto es pura fantasía, producto de nuestra imaginación. Porque ni siquera jugamos a inventar. No somos cabezas pensantes, ni siquera un par de piezas de ajedrez (¿un peón más de entre tantos? ¿la reina? ¿el rey?, me pido el caballo, me encanta el dibujo que hace con su movimiento). Somos dos desconocidos que no tienen nada en común. Ni Sol, ni Luna, o tal vez ambos, luz y oscuridad. Siete días de intriga, de angustia. Una semana, con su rutina y su cotidianeidad. Una semana, sin más, como otra cualquiera, no hay nada de especial. Ni tú, ni yo. Sentirse original es poner de manifiesto la propia mediocridad. Porque mediocridad es lo que nos define, es lo que somos, y de lo que huímos. Intentamos escapar de ella, correr hacia lo diferente, pero es más rápida que nosotros. Más rápida que tú, y que yo, y siempre acaba por alcanzarnos. ¿Nuestro objetivo principal? Ubicarnos en esta realidad que no reconocemos. Buscar nuestra propia identidad, enfrentarnos a nuestros miedos y complejos (a nuestros fantasmas), plantarles cara. Ni siquiera nos tenemos el uno al otro, porque soy tan irreal como todo lo que te rodea, un paso el falso y me esfumaré, no dejaré un estela tras de mí. No esperes que la brisa de la mañana te devuelva mi perfume, no hay fragancia que me defina, no hay olor que me caracterice. No hay nada de eso, porque no soy nada, no existo, ni tan siquiera en tus sueños. No soy una huella, ni una imagen borrosa, porque nunca existí. Soy producto de tu imaginación, de tus necesidades, de tu aburrimiento. Estoy hecha de un material que no se puede crear, ni destruir, ni transformar. No puedes verme ni tocarme, no puedes sentirme ni pensarme. Porque no soy, no existo.
Otros siete días más, a partir de hoy. Abrir un paréntesis en nuestras vidas, para llenarlo de lo que todavía nos queda por vivir. Sigue respirando, que yo intentaré no desaparecer cuando te des la vuelta.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Your unconditional fan

No me puedo comparar contigo, saldría perdiendo. Es imposible que nada de lo que yo haga te llegue ni tan siquiera a la suela de los zapatos. Te leo (después de tanto tiempo...) y luego me leo a mí, y me da vergüenza, me doy vergüenza. ¿Cómo puedo pretener compararme contigo? Tú, que fuiste mi maestro, quien me dio las llaves de la imaginación, quien me enseñó a ser libre, a desplegar mis alas y volar. Me sumerjo en ti, de nuevo, y buceo entre tus palabras, las rozo con los dedos, intentando encontrar un significado distinto, y vuelvo a errar en mi búsqueda. Navego por tus frases, cuál barco a la deriva, y la tormenta me impide llegar a puerto sana y salva. Y me vuelvo a perder en ti, me sumerjo entre tus versos, pura poesía, esos que ya no me dedicas a mí. Y en cada inspiración, un sentido, y un sentimiento. En cada recuerdo, una lágrima.
Un momento cualquiera, de una tarde cualquiera, de un día cualquiera, y tus pensamientos vuelven a mí, intactos, vírgenes, puros. No pretendo mancharlos con mi mediocridad, sé que mi mirada ensucia, que todo lo que miro pierde valor. Prometo echar sólo un vistazo, un paseo entre tus nubes de algodón, ese paraíso que inventas, que creas. Puro teatro, decías, grandes dosis de imaginación para una obra perfecta. Con sólo insinuar, despiertas pasiones. Cuando muestras, nuestras almas se derriten. Sabes que siempre fui tu fiel seguidora, tu mejor fan. Pero de espectadora pasé a ser protagonista. Ya no ríe el payaso, ni tan siquiera es capaz de hacer reír. Sus cuerdas vocales se quebraron a la altura de la garganta antes de poder emitir sonido audible alguno. El mago de las palabras perdió sus poderes, en su camino se cruzó una frase incompleta, inacabada, una frase improvisada, que apareció de la nada, para hacer tambalear ese juego de malabares. Tu brújula ya no señala el norte, se perdió para siempre, en un baile de dos sin pareja.
Y este barco a la deriva vuelve a nadar en tus aguas, después de tanto tiempo. No puedes verme, pero sé que me intuyes. Elevé anclas, y el viento hizo el resto. Ya no hay timón, ni capitán, no hay destino, pero prometo no quedarme aquí. Sé que la brisa del mar se apiadará de mí, y de ti (de nosotros) y me arrastrará lejos, tan lejos que tus palabras se conviertan en hormiguitas, incapaz de distinguir. Y tu brújula volverá a señalar el norte. Y tus versos volverán a acariciar los sentidos; crecerán de nuevo, nacidos del corazón (o de las entrañas). Tu magia volverá a flotar en el ambiente, como una burbuja, de boca en boca, de piel en piel. Y tu risa volverá a sonar, tan clara y diáfana. Sé que ya no te inspiro, que soy ese verso que nunca quisiste escribir, ese tesoro enscondido en la isla que nunca quisiste encontrar, ese sueño del que te hubiese gustado despertar antes de quedar atrapado en él. Pero mis palabras ya no hieren, no transmiten, ni emocionan. Porque siempre fuiste mejor que yo.
Atentamente:
Your unconditional fan

lunes, 1 de octubre de 2007

Para ella

Un nombre con cinco letras, y una que se repite. A de amistad (incondicional), de amor (apasionado). A de arrojo (y valentía). A de aventuras (y de juergas sin igual). Una A que todo lo contiene, que es capaz de dar sin recibir. Una A, la primera de la lista (y la última en tantas ocasiones...). Inspiración en momentos de desolación, aliento en momentos de asfixia. A de apoyo, de sostén. A de aliada en tantas perrerías, en horas y horas de largas conversaciones sin fin. A de agosto bajo la lluvia de un aspersor. A de amabilidad (también de ausencia cuando el dolor era insoportable...) A de asidero, cuando todo lo creía perdido, sin un tronco al que aferrarme en medio de un mar de aguas turbias. A de acción, de actuar sin pensar muchas veces, de mover ficha, visceral. A de Aries ("va del corazón a la acción sin reflexión"). A de agua, cristalina, una balsa de aceite, que inspira calma, tranquilidad, sosiego. A de azul, color pastel, cálido, celestial, balanceo de una nube allá en lo alto. A de agudeza, cuando la ocasión lo requiere. A de agilidad (mental y física). A de alegría, una sonrisa que enmarca tu rostro, inquebrantable, contra viento y marea. A de ángel, dos alas blancas que echan a volar, bondad, compasión y comprensión. A de ánade, el patito feo se transformó en cisne, plumaje multicolor que da vida a todo aquel que lo contempla. A de ansia de superación, cada peldaño te eleva a lo más alto; metro a metro, centímetro a centímetro, acortas la distancia que te separa de la meta, éxito rotundo, aplastante (en la taquilla se anuncia: "Entradas agotadas"). A de Atlas, personaje mitológico, condenado a llevar de por vida el peso del mundo sobre sus hombros (un pelele a tu lado...). A de ambición, lucha constante por todo aquello en lo que crees, ganarle el pulso al destino, que se forja en cada paso que das, con ese 37 que convierte la más absoluta mediocridad en puro arte. A de artista, belleza en movimiento, técnica depurada y sentimiento a flor de piel.
Cinco letras y una que se repite. A, la primera, la única, la más grande...