Miento cuando digo que no me importa, que no me importas, que me da igual lo que pienses (sobre mí). Miento cuando me visto de puta para salir a la calle, y fingiendo que eso es lo que quiero ser, cuando en realidad preferiría quedarme en casa, con el pijama puesto, sin una gota de maquillaje en la cara y viendo a solas aquella película que me recomendaste. Miento cuando callo, porque me gustaría gritarle al viento, y que mis palabras acabasen camufladas entre las nubes del cielo, y que jugasen juntas al parchís. Miento cuando hablo, porque mi boca escupe veneno, y mancha de negro paredes, techos, e incluso tu cara si te tengo en frente. Miento cuando respiro, porque preferiría asfixiarme hasta volverme azul, y ser la princesa desteñida de tu cuadro abstracto. Miento cuando te miro, y mis pupilas se dilatan, buscando un encuentro (fortuito) con las tuyas, y se encogen cuando sale el sol, que quema, que abrasa. Miento cuando camino erguida, porque me gustaría encogerme, hacerme pequeña, volverme capullo, y nunca más ser mariposa, sin alas, sin color, sin ganas de volar, ni siquiera de escapar. Miento cuando amo, y mi corazón se vuelve de piedra, de mármol, de granito, de pizarra, y se rompe en pedacitos tan pequeños, al precipitarse escaleras abajo, que se convierte en un puzle imposible de recomponer. Miento cuando busco inspiración en los rostros ajenos que encuentro a mi paso, en los fragmentos de historias personales que logro captar, en la luna o las estrellas, en las tardes de invierno soleadas, o en las noches calurosas de verano, porque al final, lo único que me inspira eres tú.
Y miento cuando escribo, porque todo lo que cuento me lo invento, y aunque no queramos darnos cuenta, ya todo está inventido.
sábado, 20 de febrero de 2010
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