domingo, 12 de octubre de 2008

Noches de bohemia

Cada noche, desde hace once años, duerme en un sitio diferente. En el cajero de algún banco, o en el banco de alguna rambla. Debajo de puentes, encima de cartones. Si tiene suerte, en la noches de más frío, consigue cama y un plato de sopa fría en algún albergue de caridad. Se pasa los días de acá para allá, arrastrando un carrito lleno de trastos viejos e inútiles que encuentra abandonados en los contenedores de las calles que recorre; una muñeca sin pelo y con las ropas raídas, una radio sin pilas, una caja de lata, donde algún día hubo galletas de chocolate, llena de aboyaduras y con un árbol de Navidad en la tapa de colores desgastados. Siempre lleva consigo una foto de su único hijo, al que no ve desde el día que la vio postrada en la acera pidiendo limosna, con una mano extendida y un trozo de cartón en la otra, donde leyó "TENGO CINCO IJOS PEQUEÑOS, UNA ALLUDITA, POR FABOR".

Deambula por parques solitarios y callejones sin salida, buscando entre los restos de basura una pieza de fruta podrida, unas migas de pan duro o un trozo de carne mordisqueado. Dos grandes agujeros adornan sus viejas zapatillas de andar por casa, y hace más de tres meses que no se ducha. Guarda con recelo un libro que encontró de García Márquez, y lo lee con ansias para olvidarse del dolor cuando llega el invierno. Conoce cada rincón de la ciudad que la vio nacer, y se esconde detrás de un árbol cuando escucha desde lejos la sirena de algún coche de policías. Le gusta jugar a las adivinanzas con los gatos, y contar hasta cien para volver a empezar. Y chapotear en los charcos que encuentra a su paso, y tumbarse bajo el sol, con los dedos asomándole a través de los calcetines rotos, hasta que se queda dormida con una sonrisa de oreja a oreja. Disfruta de la risa de los niños, y se pierde viéndoles jugar en las cortas noches de verano. Recrea en su mente partituras que luego tararea calle abajo, parándose en cada Sol para calentar su alma. Y muerde con los pocos dientes que le quedan a un viejo chiflado que intenta robarle el retrato de su hijo. Siente en sus huesos cuándo va a cambiar el tiempo, y es capaz de predecir las lluvias sin equivocarse. Y se deja llevar por el silencio de las noches sin fin, apostada en cualquier esquina, rezándole a un Dios en el que hace tiempo dejó de creer para que se apiade de ella y le devuelva la luz del día.