jueves, 20 de diciembre de 2007

Tan viejo y oxidado

Y entonces cogió aquella vieja y oxidada tijera que aún guardaba en aquel costurero viejo y oxidado, y con sus viejos y oxidados pensamientos corrió escaleras abajo, y no respiró hasta que no hubo dejado atrás aquella vieja y oxidada realidad que le asfixiaba. Con lo puesto y nada más. Un pañuelo usado en su bolsillo, algunos céntimos en la cartera, y el único recuerdo de su infancia. Se había pasado las horas muertas contemplando a su madre en aquel incesante baile de retales, pantalones descosidos, camisas sin botones, cremalleras rotas. Y siempre aquella tijera. Nunca usaba otra, porque decía que con aquella tijera llenaba de color sus vestidos. Como el pincel para un artista, o la guitarra para un músico; era la niña de sus ojos. Con ella había hecho aquel disfraz de carnaval que le tuvo días sin hablar de otra cosa. Su traje de primera comunión, que lució orgulloso sabiendo que nadie brillaría como él en aquel día tan importante. Las colchas de su cama, las cortinas de su habitación, la chaqueta de su primera cita, y de su primer beso.

No soportaba verla así, con sus manos atrofiadas, muertas, su cuerpo y su alma retorciéndose de dolor. No soportaba aquella mirada de perro apaleado, aquell hilillo de voz susurrándole "no te preocupes, hijo, si estoy bien, esto pronto se pasa". Sentía rabia, una rabia por dentro que le quemaba, porque no era justo. Y contemplaba su figura de marioneta sin cuerdas y deshilachada, un cuerpecito que menguaba a cada hora que pasaba, y se hacía chiquito, chiquito. Sus dedos engarfiados, sin fuerza ni voluntad, porque el destino siempre es más cruel con quien menos lo merece. Y ahogaba su llanto bajo aquel cojín con su nombre bordado a mano, y se tragaba sus lágrimas de luchador derrotado, para que ella no lo escuchase lamentarse. Y la vida era una sucesión de días iguales entre sí, que se acortaban con cada día que pasaba. Y así, día tras día.

Y corrió hasta la otra parte del mundo, habiendo recorrido apenas unos pocos metros. Con su pañuelo usado, limpió la sangre de aquella vieja y oxidada tijera, y la escondió para siempre en su vieja y oxidada alma.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

23:54

Noches de tormentas, de rayos, truenos y centellas. De cielos cubiertos, atascados y empapados. Noches de estrellas disfrazadas y de lunas multiplicadas. De pies helados y mantas sobre la cama. Noches de silencios entrecortados por susurros de madrugada que se cuelan por la ventana de tu habitación mientras intentas conciliar el sueño. Y de pesadillas que se repiten en un continuo deja'vú. Noches de luces que alumbran en la oscuridad, y de tropiezos en el pasillo. Noches de gargantas secas de una sed insaciable, de pastillas para la tos y de libros sin acabar. Noches de calma cuando te agita el desasosiego, de curiosidades insatisfechas y de espejismos a media luz. Noches de reproches que se pierden entre tus cuatro paredes, de eses incompletas y de es a medio hacer. Noches de derroches, porque tú lo vales, de techos redondos y de suelos que se mueven bajo tus pies. Noches de repeticiones y reposiciones, de muelles danzarines y de sinfonías prestablecidas. Noches de pijamas sucios, rotos y viejos, de agujeros en los calcetines a rayas y de líneas imaginarias que no debes pisar. De horóscopos que siempre se equivocan y horquillas en el pelo. De miradas fugaces, ojos hinchados y caras blancas. De olor a perfume desgastado mezclado con ambientador de baño. Noches de hojas a cuadros, de bailes de letras, de frases cogidas al azar y de ruidos que no puedes apagar.

viernes, 7 de diciembre de 2007

17:35

Tardes de cafés amargos y de telenovelas rancias. De espejos multiplicadores y estanterías llenas de polvo. Tardes de horas interminables, que se alargan como un chicle quilométrico. Tardes que parecen no tener mañana, ni noche, como si existieran por sí solas; como si una tarde desembocara en la tarde siguiente, un tren sin estaciones, del punto de origen al punto de origen otra vez. Tardes de suelos psicodélicos, de crujidos al levantarte, y al volverte a sentar. De voces familiares contando historias de guerreros, risas entrecortadas y preguntas sin respuesta. Tardes de perspectivas contrapicadas, de colores desgastados y fotografías desenfocadas. De bostezos y pestañeos. Tardes y más tardes, y parece que nunca llega la noche, y que el día amaneció hace siglos.