lunes, 30 de agosto de 2010

P+L

Me gusta arrancarme los pellejos de los dedos hasta hacerme daño, y ver aquella película que parecía estar hecha para nosotros cuando te echo de menos. Me gusta recordarte, incluso en los malos recuerdos, y aspirar el aroma que dejaste impregnado en tu camiseta favorita (que guardo para algún día pedir mi rescate). Me gusta predecir el futuro, sabiendo a ciencia cierta que voy a fallar, porque el destino sigue jugando con nosotros. Me gusta llamar la atención cuando paso desapercibida, y camuflarme en el asfalto cuando todo el mundo me señala. Me gusta pensar que tal vez coincidiremos en el mismo lugar, en el mismo momento, o que quizás conseguirás leerme el pensamiento (como tantas otras veces), y vendrás a buscarme (como nunca antes hiciste) aquí, a este rincón que se ha convertido en nuestro, y que me mirarás a los ojos, y secarás mis lágrimas, y lograrás pronunciar las palabras mágicas que resuelven todos mis enigmas. Me gusta creer que todo va a cambiar, que nada volverá a ser lo mismo, mientras todo permanece exactamente donde lo dejé antes de venir aquí. Y me pierdo entre cantos de sirenas, en busca de un Ulises despistado, y la música que me llega a través de las olas del mar, cuando rompen en la orilla.

Me gusta imaginarme gritando a pleno pulmón, hasta quedarme sin voz, locuras que no tienen sentido (excepto para ti y para mí), y que el viento se lleve mis palabras, bien lejos, tanto que no haya eco que las devuelva. Me gusta pensar que soy como Charlize Theron, y que tú sientas que todos los días son noviembre. Y creer que tengo un don, que aparezco en la vida de las personas en el momento preciso, para agitarla, como un cóctel molotov, para regarla y que crezca fuerte, para darle sentido sin ningún tipo de lógica. Para contagiarla de una locura efímera, transitoria, para darle aliento y que pueda respirar. Aunque al final todo acabe con un simple adiós.

Me gusta imaginarme a lo Julia Stiles, y escribir mis diez razones para odiarte. Abofetearte hasta hacerte rabiar de dolor para que tu cuerpo sienta un ápice de lo que siente mi alma cuando me insultas, cuando no crees en mí. Recitar mi poema, derramando lágrimas de sangre, y romperlo en mil pedazos después, porque odio no poder odiarte, porque no te odio, ni siquiera un poco, nada en absoluto.

Me gusta abrigarme con la sudadera que un día me regalaste, cuando el sol empieza a esconderse y la brisa del mar obliga a resguardarse.

Y no soporto la sensación de esperar una llamada que sé que no va a producirse. Y de todos modos la espero aquí, sentada en esta playa que hoy he bautizado con nuestros nombres.