domingo, 13 de julio de 2008

13/07/08

Motas de polvo adornan el salón, cajas vacías y cientos de hojas de papel esparcidas por el suelo. Un piano afónico tocando una traviata, y la foto de familia colgada en la pared. Partituras incompletas vuelan por la habitación, y dejan en el aire ese sabor dulce de los besos robados, ese sabor amargo del chocolate sin leche. Huellas de pisadas recientes, dispuestas con cuentagotas, en un reguero que llega hasta el jardín, donde se pierde el rastro entre matojos de hierbas que hace meses que no se cortan, y barro que se queda enganchado en las suelas. Y me siento en mitad del caos, con las piernas cruzadas, y las manos pegadas el suelo, inclinando la cabeza hacía atrás para ve mi reflejo en la lámpara de cristal que cuelga del techo. Y así me quedo durante horas, con las piernas adormecidas y el cuello dolorido, creyéndome la persona más afortunada del mundo y sabiendo que fortuna nunca se escribirá en mayúsculas.

1 comentario:

Unknown dijo...

Tal vez, esa persona que se sienta forzando la postura durante horas y se cree afortunada viendo su reflejo en la lámpara del techo encontrase otras maneras de ser afortunada, casi nunca te llega la fortuna permaneciendo inmóvil a la espera y, mucho menos, la escrita con mayúsculas.
Meterse donde no me llaman entre letras que saben a un conformismo doloroso y agónico, perdón por la interpretación.

Saludos.