martes, 12 de agosto de 2008

Habitación 113

Toneladas de gomina que resbalan gota a gota cual cascada por el cuello de su camisa tatuada con labios de carmín ajenos. Litros de perfume barato que se huele a leguas mezclado con el olor de su virilidad avergonzada. Y un cuarto lleno de espejos que consiguen multiplicar por mil sus deseos más ocultos. Y los botones saltan, y las camisas se desgarran, y las medias hacen una carrera para ver quien llega antes a la meta. Y los muelles chirrian, y las paredes gritan, y las luces intermitentes dejan de alumbrar. Y mientras la luna se parte en dos, algo cae, haciendo un enorme estruendo cuando choca contra el suelo. Y gomas, dos, tres, cuatro, que no consiguen borrar el pasado, que dan vueltas y más vueltas al tirar de la cadena.

Se viste, recoge sus cosas. Enciende el motor del coche y conduce casi sin mirar. Y mientras bajo la cama de ese motel de carretera descansa en paz su alianza, una voz le da la bienvenida. Hola cariño. Debes estar agotado. ¿Quieres que te prepare algo para cenar?. Cae de rodillas al suelo, y empieza a llorar como un bebé, abrazado a su cintura, sollozando lo siento, lo siento, lo siento...

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