lunes, 1 de marzo de 2010

Historias sin final (I)

Lo primero que pensé nada más verla fue que su mirada escondía algo. No sabría explicar el porqué, pero sus ojos irradiaban una luz especial, diferente. Y en ese preciso instante supe que esa mujer cambiaría mi vida.

Eran las nueve de la noche, y yo estaba acabando de arreglarme. Había quedado para cenar con Pérez, un compañero de trabajo que se había pasado las últimas semanas insistiéndome en que teníamos que salir, que llevaba demasiado tiempo encerrado en casa, que me vendría bien distraerme, relacionarme con la gente. Desde mi divorcio, mi vida se resumía en trabajar, ir al gimnasio tres veces por semana y estar con mi hijo un fin de semana vez cada quince días.

Faltaban quince minutos para la hora y yo ya estaba entrando por la puerta del restaurante. Un camarero se aceró a mí, y le dije que estaba esperando a un amigo. Me ofreció tomar algo mientras llegaba, así que me pedí una tónica. El ambiente era tranquilo. Había cuatro o cinco mesas ocupadas, desde donde me llegaban retazos de conversaciones banales: "y es que mira que le dije que ese chico no me daba buena espina...", "es verdad, a mí también se me hizo pesada, y mira que me habían hablado bien de esa película", "¡qué va tía! Tú es que no te enteras de nada... lo que se ha hecho ahora es el pecho".

Y así, iba pasando de una otra, sin detenerse en ninguna, sin prestar demasiada atención.

1 comentario:

Deivid dijo...

Y esta historia qué? No acaba?